sábado, 7 de abril de 2007

PERRO NEGRO

A pesar de los casi agresivos rayos de un nuevo sol, el camino todavía tiene recodos cubiertos de sombra, donde el frío se refugia y aun se regodèa la posibilidad de lo inesperado. Se desdibuja y se entibia eliminando la noche, secando la humedad que sepultan las ruedas. La velocidad es demencial y atemorizante, como un amanecer de Abril, y de pronto, de la sombra, de la noche que aun no ha muerto, casi como si huyera, un perro, irónicamente negro, corriendo frente al vehiculo, y mientras siento que la fuerza centrifuga me lanza hacia delante por el intento inútil de detenerse que hace el conductor, lo veo, entre aterrado y temerario, rápido y ágil, pero no lo suficiente. Luego el automóvil se bambolea, malsanamente, y yo imagino sus huesos aplastándose y comprimiéndose, volviéndose astillas. Y miro hacia atrás, y la velocidad lo expulsa, como un bocado maldito, dando vueltas estertóreas en el pavimento, ahora caliente por el amarillo amanecer. Y ya no es totalmente negro, sino también rojo, y blanco agonizante, y aun no termina de caer inmóvil cuando una colina lo oculta, una curva del camino. Y como si no valiera tanto la pena, el conductor acelera. Lo que llevamos es más importante. Mis ojos, perplejos miran a la nada, e imaginan la escena repetitivamente, cada vez más difusa. No acierto a pensar si es o no un mal augurio, solo me digo a mi mismo “No vamos a llegar”.
Media hora después, a mitad del camino nace un varón. La velocidad de la ambulancia fue inútil. El niño, sano, rebosante de vida, se mueve vigorosamente. Hay una sonrisa generalizada. “es de buena suerte” dice el conductor, “que nazca en la ambulancia, en medio de la carretera” continua “va a ser un buen día hoy”.
Y ya es de día, el sol cae de lleno en la ambulancia, la sombra huye, la noche ha desaparecido, y en medio de mi perplejidad no logro asimilar aquella absurda parábola de la vida y de la muerte.

1 comentario:

Boris dijo...

¿Y no vomitaste?