sábado, 7 de abril de 2007

ENCRUCIJADA

Un perro aúlla cual lobo, cual coyote, cual ser de ultratumba. A lo lejos otro aullido le responde. Se escucha un auto, y pasa agrediendo el ruido ambiente, pero se marcha rápido, dejando en paz los sonidos habituales, el canto de varios pájaros distintos, el sonido de las patas de un grillo, las gotas cayendo, y… pasos?... un transeúnte, un muchacho, pasa por el camino, un poco temeroso, con andar reservado. Lo saludo, me mira con una mezcla de divertida timidez y al mismo tiempo profunda desconfianza. Se marcha, y de nuevo queda el silencio, pero tal silencio no existe, existe mucha vida, pasiva, sosegada, y todo llega al oído, los pájaros, las aves, los árboles, las plantas, las nubes, el cielo…
Miro de nuevo la encrucijada, esperando que pase el carro que me llevara a “El Rosal”, donde ejerceré mi “arte” de la medicina. Mientras tanto solo observo, en mutismo, a mí alrededor. No me había dado cuenta, pero el perro, el coyote, el ultratumba, ha callado, y su eco se ha apagado en la lejanía, y ya no hay replica en sus aullidos. Al fondo el cielo, gris, denso, bloqueando la vista, cerniéndose sobre este espectador, pero al mismo tiempo sosteniendo lo sosegado del ambiente, manteniendo la cohesión. Es un telón triste, pero al mismo tiempo agradablemente tranquilo, agradablemente acogedor, apoyado en el incesante y embriagador canto de las aves, y el cadencial golpeteo de las gotas sobre las verdes y marrones hojas, y el murmullo de la tierra rojiza, el lodo, al agua, y todo ello me invita a cerrar los ojos e inclinar mi cabeza hacia atrás, dejándome sumergir, fundir en el ambiente, y no sentir mas que la sutileza del contacto intenso de la naturaleza en mi piel y mis tímpanos.
Llega el auto de misión medica, con los ojos entrecerrados camino hacia el, despertando de mi fugaz y ansiosa ensoñación hacia la seca y apagada realidad. Camino, y al estar despierto me doy cuenta que siempre estoy dormido.

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